Una breve historia de las abejas
‘Una historia con aguijón’ (Capitan Swing), el afamado conservacionista Dave Goulson incluye investigaciones originales sobre los hábitos de las abejas, su origen e historia, así como consejos sobre cómo protegerlas para las generaciones futuras.
«En estos tiempos remotos, una era que los geólogos denominan el Cretácico, los continentes estaban cubiertos de bosques de helechos, cícadas, enormes colas de caballo y coníferas como pinos y cedros. Fue en este periodo geológico cuando el reino de los dinosaurios alcanzó su momento de máximo esplendor, aunque no con las especies tan conocidas por los niños de todo el mundo. Entre los árboles pacían manadas de grandes herbívoros, como el iguanodón, que se apoyaba en las patas traseras para alcanzar las ramas altas del follaje; animales como el Gastonia, un dinosaurio parecido a un tanque, arrasaban el suelo provistos de imponentes armaduras; y manadas de fieros carnívoros, como el Utahraptor, salían a cazar sus presas. El aire estaba plagado de insectos primitivos, entre los que no faltaban las libélulas gigantes y las primeras mariposas, y esta era también la época de apogeo de los pterosaurios, los animales más grandes que jamás han sobrevolado la Tierra, con una envergadura de alas de hasta doce metros. Otros dinosaurios, más pequeños, también habían empezado a volar. Las plumas, que estas criaturas desarrollaron probablemente en un principio con el fin de conservar el calor, se volvieron más largas en las patas delanteras, para permitirles deslizarse primero por el aire y más tarde volar activamente.
Estos dinosaurios fueron las primeras aves. Nuestros antepasados eran por aquel entonces muy pequeños, seres que merodeaban como ratas entre la maleza y salían de noche, asustados, a picotear insectos, semillas y frutos caídos de los árboles. Si pudiéramos viajar a este planeta, la preocupación por los peligros que entrañaban aquellas criaturas enormes no nos permitiría fijarnos en que allí no había flores. Ni orquídeas, ni ranúnculos, ni margaritas, ni flores de cerezo, ni dedaleras en los claros del bosque. Y, por más que aguzásemos el oído, no oiríamos el peculiar zumbido de las abejas. Pero todo eso estaba a punto de cambiar.»
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Tomado de Ethic